| Los sucesos de la embajada del Perú en Cuba (1980): lo que nadie nos contó

Por: José M. Presol. Posiblemente el nombre de Héctor Sanyústiz no diga nada a muchos cubanos, pero a otros muchos sí, pues deben su libertad a una decisión suya. Héctor llevaba casi un año meditando una idea, y el 1ro de abril de 1980, decidió ponerla en práctica. Era

Origen: | Los sucesos de la embajada del Perú en Cuba (1980): lo que nadie nos contó

Por: José M. Presol.

Posiblemente el nombre de Héctor Sanyústiz no diga nada a muchos cubanos, pero a otros muchos sí, pues deben su libertad a una decisión suya.

Héctor llevaba casi un año meditando una idea, y el 1ro de abril de 1980, decidió ponerla en práctica. Era chófer de autobuses y llevaba tiempo oyendo y viendo cómo la gente intentaba “colarse” en las embajadas extranjeras en búsqueda de asilo político, e ideó un plan.

Ese día Francisco Díaz, compañero suyo en las guaguas, iba conduciendo y dio aviso de que una falsa avería le obligaba a dejar los pasajeros y dirigirse a la base. Le pasó el timón a Héctor y recogieron a Radamés Gómez, María Antonia Martínez, su hijo de 12, y su hijastro de 18. Francisco se acomodó en la escalera de acceso y el resto se echaron al piso.

Al llegar a la altura de la Embajada de Perú, giró violentamente para empotrar el bus contra la entrada. No lo consiguió a la primera y tuvo que retroceder y volver a intentarlo.

Los custodios a la puerta de la Embajada comenzaron a disparar para detenerlos y, justo en el momento de penetrar dentro, uno de ellos alcanzó a su compañero Pedro Ortiz Cabrera, causándole la muerte. Héctor recibió dos disparos; uno en la pierna izquierda y otro en la nalga derecha. Radamés resultó herido por los cristales que le cayeron encima.

La delegación peruana no solo les concedió inmediatamente asilo político sino que, además, a los dos heridos los trasladó, bajo protección diplomática, al Hospital Carlos J. Finlay, para ser atendidos.

Inmediatamente la prensa oficial comenzó a acusar a los asilados de ser los causantes de la muerte de Pedro Ortiz, pero sin explicar, pues era inexplicable, dónde estaba el arma con la que le habían atacado.

Las relaciones diplomáticas Cuba-Perú, que no pasaban por su mejor momento, se enrarecieron más y Fidel Castro, en una de esas medidas difíciles de comprender, ordenó que se retirara toda la vigilancia a la Embajada, para que pudiese entrar todo el que quisiera. La oportunidad fue aprovechada: 10,865 cubanos pidieron asilo en solo 48 horas. Aquello duró hasta que, físicamente, no cabía uno más, y otras embajadas comenzaron a llenarse también.

Nueva medida castrista: “Aquí, quien quiera irse, que se vaya”; y dejó que cualquier cosa que se mantuviese a flote entrase al puerto del Mariel, para llevarse a familiares, amigos y a todo el que se podía. 125,000 cubanos aprovecharon la oportunidad.

Nuevamente se puso en marcha la maquinaria propagandística. Había que convencer al mundo de que los que se iban eran “escoria”, los indeseables de la Isla. Así empezaron a meter entre ellos a enfermos mentales y presidiarios.

La gran mentira de que eran “escoria” ha llegado a ser creída hasta por muchos exiliados, algunos de los cuales recuerdan a personas con aspecto peligroso o con trastornos psiquiátricos entre sus acompañantes; incluso Reinaldo Arenas escribió sobre ello. Expertos han podido constatar que esos casos eran aproximadamente solo el 2% de los arribados a Florida. La inmensa mayoría eran trabajadores que se adaptaron perfectamente a la nueva sociedad, como demuestra su presencia actual en la industria, las artes, el comercio, la literatura, etc.

Aquella decisión de Héctor tuvo muchas consecuencias; la primera de las cuales fue la gran emigración masiva de cubanos, pero hubo más.

En Estados Unidos la llegada, al principio con muchas dificultades para su “digestión”, de más sangre nueva dispuesta a trabajar y esforzarse por salir adelante ellos mismos y sus familias, que, al mismo tiempo que crecían en lo personal, contribuyeron a hacer más grande ese país.

En Cuba, la prueba palpable de que eran muchos, muchísimos, los que no estaban con aquel régimen, y esto tuvo su repercusión en muchos nombres conocidos: Haydeé Santamaría, de la que se dice que Mariel fue uno de los disparadores de su suicidio; Osvaldo Dorticós, menciona Mariel en su carta de despedida, también antes de suicidarse; Carlos Rafael Rodríguez, admitió ante la prensa mexicana que Mariel no era un orgullo para la revolución. Fue el principio del fin de una opinión “buenista” sobre Castro por parte de muchos intelectuales, periodistas y políticos.

Incluso podemos hablar de otros nombres, que se quedaron impresionados ante aquellos 125,000 emigrantes, que desafiaron insultos, actos de repudio, persecución en los centros de trabajo y estudio, etc., y se preguntaron cuántos más habían que no tuvieron el valor de afrontar aquello, entre los que se hicieron la pregunta había un joven oficial del ejército, al que los sucesos hicieron cambiar su forma de pensar para siempre. Su nombre era y es Guillermo Fariñas.

Estamos en un momento de inflexión. El actual gobierno de Cuba cae en una contradicción tras otra. Ahora ya no hay solo cubanos pensando en irse, también los hay pensando en volver. Estamos seguros de que volveremos para reconstruir, junto a los que nos esperan, lo que otros han destruido

Tic tac, el reloj de la Historia sigue sonando y no es en contra nuestra.