Sino fuera Abdala, es Cuba actual destruida y en la peor Miseria.

Más allá de Abdala…

Este es un país fértil para el absurdo, para el si no llegas te pasas. Este es un país, mi país querido donde vivo, y donde hablo de las cosas que me duelen, me inquietan, me excitan…, donde la mayor parte de las personas tiene alguna formación profesional, pero donde vale más la pena ser limpiapisos de hotel que investigador en un polo científico.

Por eso, no me escandalizó lo de Abdala. Como tampoco me sorprendió que la Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana, con su dirección lúcida, pusiera punto y final a un capítulo que desde ya pudiera engrosar las páginas del catálogo popular de barbaridades isleñas, junto a las barredoras de nieve y las peores historias de pinareños.

En lo personal, además de apoyar una causa que entiendo justa con la cultura e, incluso, todavía más con la economía, el asunto me arrancó una pregunta cuando ya pasó de ser una realidad cruda que denunció Silvio Rodríguez, primero, y luego, otros intelectuales como Fidelito Díaz, director de El Caimán Barbudo y trovador pertinaz:

Qué hubiera pasado si no hubiera sido Abdala, con su carga de significados y significantes, qué hubiera pasado si no fuera tan cercana a Silvio, ese juglar de lengua dura que no le teme a ser feliz con su conciencia y que, desde su blog, su aparentemente modesto blog en internet, donde compite con otros millones de blog de los más disímiles temas y nombres y a pesar de ello ha logrado entrar a la vida de la isla con el machete en la mano y limar burocratismos y estupideces, como aquella de condenar al ostracismo a Robertico Carcassés por su incontinencia verbal en el Concierto por los Cinco.

Qué hubiera pasado, además, si Silvio, en vez de publicar una ejemplar nota de denuncia, se hubiera dedicado a esperar más de lo que aguardó o se hubiera dejado adormecer por el burocratismo diletante que campea en muchas de nuestras instituciones.

Qué hubiera pasado si en vez de Abdala fuera Siboney, si en vez de en la capital, los estudios de grabación estuvieran en Sancti Spiritus o Granma, y qué si en vez de Silvio, hubiera denunciado el absurdo algunos de los buenos intelectuales que tenemos a todo lo largo y ancho de la isla.

No critico el método de Silvio y, de hecho, me alegra mucho que el tema tenga, finalmente, un feliz término, pero me alarma que fuera necesario que mediara, entre el problema y la solución, una denuncia pública firmada por uno de los íconos de la canción cubana en el mundo.

Y, sobre todo, me inquieta la irreverencia mezclada con ineficiencia de quienes tenían que velar porque, en primer lugar, Abdala no se viera en circunstancias de insolvencia, y en segundo término, que se resolviera sin afectaciones a los procesos artísticos.

Por desgracia, las instituciones de Cultura están a “infiltradas” de personas que no aman la cultura, en el sentido más amplio y que, por lo tanto, son totalmente incapaces de conmoverse que no valoran lo que tienen y que ven, a los artistas, como simples “recursos humanos” quizás un poco más conflictivos que lo habitual.

Y las que no son culturales, más todavía. Pero, cuidado, porque lo de Abdala, además, es un asunto de economía, de pérdidas para la economía nacional ya demacrada por demasiados sinsabores externos como para darse el lujo de fabricar sus propias trabas. Un lujo, que se dan, no obstante, más veces de las que debieran, en todos los sectores de la vida.

Funcionarios ante los cuales, todos somos escandalosamente indefensos, -no importa que nos sostenga el argumento, la lógica, la razón, la verdad, el concierto de voces y manos-, incluso una personalidad como Silvio Rodríguez.

Por eso, además de la molestia por lo que pasó en Abdala, por lo que hubiera implicado, de la vergüenza ajena, ahora que todo se solucionó, me molesta el hecho de que si no fuera Abdala, si no fuera Silvio, si no fuera la Oficina del Historiador…, todo estaría en el mismo sitio.

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